POZO DEL MOLLE, Córdoba. El río suena. Pero no es un río; son muchas calles convertidas en canales hace unas semanas. Llovió, pero no fue un diluvio. Y a las 22 de un viernes la mitad de Pozo del Molle quedó bajo el agua. Cada dos cuadras hay pasarelas improvisadas; las botas de goma son indumentaria obligada; las motos y las bicis se las ingenian para circular y los bomberos y miembros de la Cruz Roja son los nuevos héroes de la ciudad.
No es la primera vez que los vecinos viven una situación así, pero es la primera que se extiende por tanto tiempo. Ya la sufrieron en febrero, y hace tres años y hace unos cuantos más también.
El pueblo está fundado sobre el lecho de un río y las napas freáticas –a mediados del siglo pasado a 11 metros de profundidad- ascienden cada vez más rápido. El intendente, Carlos Salvático, culpa a los productores rurales de construir canales clandestinos y derivar el agua.
Gladys vive hace medio siglo en el lugar. No recuerda haber visto nada así. "Vienen peces por las calles –dice a LA NACION-. Los políticos miran y prometen obras y, después, todo sigue igual". Está parada en la puerta de la casa de su mamá; el agua golpea en las paredes, pero no entra. Igual, adentro, la humedad se adueñó de las paredes.
Al cementerio del pueblo no se puede entrar. La Municipalidad hizo un convenio con el de La Playoda, a unos 30 kilómetros, para los entierros. La iglesia del pueblo hundió 15 centímetros y debió cerrarse a la gente; el edificio del Banco Córdoba, igual. El del Centro Comercial, un poco menos, pero también cedió.
Roberto apuntala su casa porque la del lado está unos 20 centímetros por debajo del nivel de la vereda. Paredes rasgadas; los cables de electricidad cada vez más tensos porque la construcción los tira hacia abajo. "Es un riesgo, un desastre. Está abandonada hace dos años; al dueño no le importa y parece que a nadie", cuenta a este diario.
Emanuele tiene un tambo que produce 3000 litros de leche diarios; los intenta sacar a través de un metro de agua: "Y nos culpan a nosotros –señala con un dejo de angustia-. Trabajamos, damos empleo, cómo vamos a querer que el pueblo se hunda". Su casa también tiene las paredes fracturadas.
La mitad del pueblo con calles hechas ríos y la otra mitad, hundiéndose. Así está por estos días Pozo del Molle, 6500 habitantes, en el departamento Río Segundo, a 170 kilómetros de la capital cordobesa.
En la escuela primaria y el jardín las clases están suspendidas hasta nuevo aviso. Los chicos, menos conscientes de la gravedad de la situación, juegan en las pasarelas y hasta ensayan cañas de pescar para probar surte en las calles.
Caminar por las veredas es un riesgo; los pozos negros empiezan a ceder. Ya una mujer quedó con medio cuerpo enterrado en el patio de su casa mientras colgaba ropa. Los vecinos prefieren no pensar lo que quedará cuando el agua baje.
Son las 8 de la noche y María del Rosa atraviesa por sexta vez unos pallets que hacen las veces de puente. Trabaja en un geriátrico y su jefa le compró las botas de agua cuando vio que el anegamiento iba para largo. "En mi casa el piso se rajó; estoy con cuidado de que no empiece a hundirse", señala.
Lorena se maneja en bicicleta; en una mochila lleva las mudas de ropa para cambiarse ella y su hijo. Viven del lado de agua y su estudio y el colegio del nene están del lado en que la tierra cede. "Llegamos a la oficina y nos cambiamos", explica.
A Mary su marido le mandó un mensaje la noche en que el paisaje urbano se transformó: "Cuidado cuando vuelvan; las calles están tapadas de agua". Relata que estaba comiendo con unas amigas "del otro lado" de la ciudad. Duerme "con el corazón en la boca", el río bate en la puerta de su casa.
Los bomberos y los voluntarios de la Cruz Roja cargan bolsas de arena, las reparten para tratar de frenar el agua; ayudan a los que se accidentan y están atentos a los hundimientos. "Hay que hacerles un homenaje", apunta Ariel, dueño de un almacén que vende el 70 por ciento menos. Los viajantes dejaron de ingresar a la ciudad y en moto (o como puede) debe ir hasta la ruta a buscar la mercadería.
Sonia registra con su cámara de fotos la odisea de vivir así y lamenta que en vez de buscarse soluciones se busquen culpables. "Vivimos de los productores; no es justo responsabilizarlos sin pruebas", ensaya.
El gobierno provincial promete obras; la Municipalidad también. Faltan 70 metros para terminar un canal que derivaría el agua y la sacaría del pueblo. Se planifican trabajos aun admitiendo que no se sabe el porqué de la inundación. Llovió más que otras veces, pero –todos coinciden- esa razón no es suficiente.
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