La vieja guardia de los voluntarios combate contra el fuego y salva vidas - Cochabamba - Opinión Bolivia

2022-06-10 18:11:41 By : Mr. Jack wang

¿Qué significa luchar contra el fuego cuando un bombero voluntario tiene más de 50 años de edad?

Es lo mismo que cuando son jóvenes. Van con energía y sienten adrenalina. Pero, los de la vieja guardia de bomberos voluntarios suman además experiencia, especialidades y una fuerza y resistencia que parece no acabar. No son pasivos, avanzan a la par de los demás.

“La primera vez, me dio miedo acercarme (…). Hay perder el miedo escénico al fuego y empezar a trabajar”. Jhonny Copa (53 años).

“Hay un calor insoportable. El fuego no es algo para temer, pero hay que respetarlo”. Rubén Patiño (acaba de cumplir 50 años).

“Me impacta como están chirreando los árboles, parecen personas que están gritando mientras se queman”. Nancy Noya (72 años)

“Ante el fuego, surge la adrenalina, y nos impulsa a contrarrestar todo tipo de incendios. Nos motiva ayudar”. Víctor Hugo Rodríguez (49 años).

Entre los bomberos voluntarios, de distintos grupos en Cochabamba, quienes bordean los 50 años o tienen hasta más de 70, hay paracaidistas, buzos, enfermeros, fisioterapeutas, maratonistas, constructores, técnicos en sistemas y más. Saben de búsqueda y rescate, primeros auxilios, atención prehospitalaria y actividades bomberiles forestales y estructurales.

Son padres, hermanos, hijos y algunos son abuelos.

Cuando hay incendios forestales, como en el Parque Nacional Tunari (PNT) o la Chiquitanía (oriente del país), en su momento, el fuego de más de dos o tres metros los puede envolver y poner en riesgo incluso su vida.

Varios coinciden en los relatos de sus inicios, en las intervenciones de cuando no había herramientas ni uniformes, cuando los batefuegos se hacían con ramas de árboles vivos, cuando acudían con poleras y gorras y sin guantes.

“HAY QUE PERDER EL MIEDO ESCÉNICO ANTE EL FUEGO” Jhonny Wilson Copa Flores tiene 32 años como bombero voluntario. Es una de las 35 personas que hacen a la Fundación de Voluntarios Fuego y Rescate.

Tiene una risa que contagia, respira hondo para recordar, sus ojos se agrandan mientras explica su pasión: el voluntariado.

En 1990 comenzó en el SAR Bolivia, donde estuvo durante 15 años. Entre 2002 y 2003 se separó del grupo, para conformar su familia; pero su vocación no despareció.

“Mi bichito interno siempre está. Cuando uno ve humo en el Parque (Tunari), una sirena sonando es algo que impulsa a ir; eso no nos deja en paz”.

En 2011, se reunieron cinco exmiembros del SAR Bolivia y decidieron fundar Fuego y Rescate; el 15 de noviembre cumplieron 10 años.

Su preparación incluyó cartografía, sobrevivencia y hasta paracaidismo.

Recuerda la primera vez que se encontró frente a frente con el fuego en un incendio forestal: “Las llamas eran más grandes que nosotros, el triple. Me dio miedo acercarme, fue una impresión bastante grande”.

También sintió su vida en peligro. Durante un incendio en el Tunari, a un costado de la fábrica Taquiña, el humo era tan denso que no se podía ver. Mientras salía del lugar con su compañero, no se percataron que al bajar se acercaban a un cañadón, al precipicio, donde podían caer.

“Tras una pequeña brisa se pudo visibilizar un poco y nos dimos cuenta. Hemos tenido que bordear por un costado y salir cómo se podía”.

En otra oportunidad, sintió que, en medio de un incendio, sobre las brasas, las botas se le encogían y apretaban sus pies; era porque el cuero “se cocía”, se contraía. Fue necesario cambiar de zapatos y habilitar un par de botas que eran grandes, con medias más gruesas.

Ir a atacar el fuego es caminar a cuestas con un peso de unos 20 kilos en una mochila con agua; subir y bajar. “En el momento menos pensado, es estar entre las brasas”.

Copa, quien es técnico en sistemas y trabaja en la actualidad de manera independiente, combina sus actividades con el voluntariado.

Sus padres son quienes más pendientes están de él. Su esposa y sus hijos (de 18 y 16 años) sienten orgullo, su hijo también se involucra en el voluntariado. “Siempre me dan un abrazo y me dicen ‘te vas a cuidar”.

En todos sus años de experiencia, Copa atendió siniestros, vio gente accidentada, con fracturas. Es parte de quienes deben ser fuertes ante el dolor.

“Pero, son cosas que se quedan en la mente. Llegar y ver gente sufrir, gente muerta, gente que pide ayuda; duele mucho”.

Para él, no mejor pago que la sonrisa de una persona o el “gracias”.

En la actualidad, el cuartel de Fuego y Rescate es su misma casa.

“HAY ENCONTRINES CERCANOS CON EL FUEGO” Rubén Patiño Orellana cumplió 50 años este sábado. Es parte de las 25 personas del grupo Bomberos Voluntarios Aeronáuticos; también son parte sus hermanos y uno de sus hijos.

Es atento, activo y se expresa animado.

Inició en 1996 en el SAR Bolivia. Por trabajo y su familia, se alejó un tiempo. Pero luego comenzó a trabajar como bombero en el aeropuerto de Cochabamba y, ahí, nació la actividad del voluntariado.

Todo empezó cuando, junto a su hijo, aparecieron ayudando a los afectados del aluvión en Tiquipaya. Despertó el impulso y se reunieron con sus compañeros para crear el grupo de voluntarios, hace cuatro años.

En su casa, el cuartel de este grupo, están las herramientas (algunas acondicionadas hasta con resortes de motocicletas para un mejor manejo; varias están hechas con el propio esfuerzo de los voluntarios). Su vivienda, situada en la avenida Beijing Norte, se convirtió en un punto de monitoreo, desde el último piso vigilan si hay focos de calor en el Tunari.

Patiño no solo acude a incendios. Es buzo, y en todos sus años de voluntario rescató decenas de cuerpos en lagunas y ríos de distintos lugares.

En varias ocasiones sintió la muerte de cerca, como a finales de los 90 cuando fue hasta Caranavi (La Paz) para el rescate de nueve mineros de una mina inundada. Esperaron a que se bombee el agua; la presión de los familiares impulsó un ingreso adelantado; pero al momento de entrar hubo otro derrumbe delante de ellos. Además, cuando entraron, continuaban viendo caer material al agua. Recuperaron los cuerpos buceando a 140 metros de profundidad. El retorno también fue difícil; junto a su compañero, Mario Aranibar, tuvieron que darse fuerzas, para no perder sus propias vidas.

Atendió incontables incendios. Hace poco, tuvo “un encontrón bastante cercano” con el fuego. “Ha venido un viento y hemos tenido que escapar; hemos perdido un radio de comunicación. El fuego, literalmente, paso por nuestra cara y por encima, tuvimos que entrarnos a los huecos”.

Enfrentarse al fuego ha derivado muchas veces en que los voluntarios tengan quemaduras de primer grado que, aunque no necesita atención médica, genera ardor y enrojecimiento en la piel. “La radiación es fuerte. El uniforme que tenemos no es un material ignífugo, que pueda aguatar mayor temperatura”.

Él es también enfermero y se dedicó a esa profesión durante una década antes de ser bombero del aeropuerto.

Tiene esposa y dos hijos, a quienes también les dedica tiempo. 

“SOY UN DESAFÍO Y TENGO RETOS” Regina Nancy Noya de Romero tiene 72 años y desde hace 17 es voluntaria del SAR Bolivia; es una de los 120 que componen este grupo.

Se emociona y contiene el llanto cuando habla de su familia. Destacan sus ojos brillosos y su voz pícara.

Es fisioterapeuta y, durante un curso, vio que al instructor le pidieron una “vaquita (aporte)” para la gasolina de los voluntarios. Ahí decidió comenzar a ayudar, primero como profesional en su área, luego atendiendo el teléfono y la radio y, después, como parte activa del grupo, hasta la actualidad, sin diferencia alguna del resto, ni en las caminatas, ni en el traslado de mochilas de varios kilos, ni en los ascensos y descensos.

“Si tengo que subir, subo; si tengo que rescatar al gato, rescato; si tengo que ir al río, igual, no hay problema”.

Ella, además es maratonista y continúa gozando de resistencia y fuerza.

Se organiza para cumplir con el voluntariado sin dejar de lado su trabajo, es jefa de producción en una empresa de alimentos.

Perdió a sus padres cuando era niña, a los cuatro años; luego, a los nueve, sufrió de reumatismo, estuvo dos años en silla de ruedas.

“Cuando se fueron mis papás, no conocía el cariño y creo que por esa situación, he volcado mi forma de ser. Cuando llego a la emergencia, al agarrarle la mano (a quien necesita ayuda) yo ya sé que he hecho mi trabajo”.

Desde entonces su terapia ha sido el ejercicio. Hace máquinas, aeróbicos y un sinfín de actividades más.

“Así que los jaripeos en el SAR no me han sido de mucho problema. No soy una piedra para mi compañero. Más bien, soy un desafío para ellos y ellos son mi reto”

Al iniciar, pasó las pruebas que corresponden. En su primera atención de incendio forestal tuvo que lidiar hasta con su estatura, mide casi 1.50 metros, porque el uniforme le quedaba grande, desde la jardinera hasta las botas; y así respondió a la emergencia; luego, para la próxima tuvo que encontrar solución. Lo cuenta entre risas, animada, como desde la primera vez que fue a una emergencia.

“En casa saben que no me pueden decir nada”, dice bromeando. Tiene esposo, dos hijos y nietos.

Durante la pandemia bajó el ritmo para precautelar su salud; pero, ya está activa por completo.

“Prefiero que hablen de lo que hago y no de lo que he dejado de hacer. No voy a esperar sentada a la muerte, la voy a hacer trotar”.

“SIN ESPERAR NADA A CAMBIO” Víctor Hugo Rodríguez, de 49 años, es parte del Grupo de Primera Línea de Rescate La Resistencia, equipo que recibe capacitación y apoyo desde Cochabamba. Él es parte de una veintena de voluntarios que hay en Comarapa (Santa Cruz).

Tiene voz firme, convicción y enfatiza que el trabajo debe seguir con todo lo que se pueda.

Los incendios forestales que consumieron buena parte de los bosques de la Chiquitanía, en el oriente boliviano, fueron en años recientes el impulso para hacerse parte del grupo de bomberos. También vio el sufrimiento de área ecológicas en Comarapa.

“Sin esperar nada a cambio”, ya atendió junto a sus compañeros más de una decena de eventos. Uno de los más fuertes fue el que se registró en la zona de cabezas, en territorio cruceño.

Ahí sintió que su vida podía estar en riesgo, porque registraron algunos accidentes.

Él sufrió quemaduras. Describe que también son peligrosas las picaduras de insectos.

“Es complicado esto de ser bomberos forestales”, sostiene, porque después de atender las situaciones de emergencia, deben atenderse a ellos mismos.

En su grupo hay agricultores, profesionales, estudiantes, mecánicos. Él trabaja en la construcción y combina sus responsabilidades con si actividad de voluntario.

Está casado y tiene dos hijos. Su hija mayor es voluntaria en Cochabamba; el menor, en Comarapa, también le apoya. Su familia está involucrada con su actividad.

“Terminamos agitados, acabados, desechos; pero, después hay satisfacción y motivación por el trabajo realizado”, expresa con ánimo, pese a las dificultades por la falta de equipamiento y aunque todavía tengan que utilizar equipos de agricultura para combatir el fuego.

Para estos voluntarios “jubilarse” de la actividad no parece algo cercano. Están lúcidos, fuertes y activos.